"Érase una vez una linda Rosita que adoraba a los animalillos
que, según había visto en los dibujos de sus coloridos cuentos, habitaban en el bosque al lado de la casa de
sus abuelitos
Aunque en el jardín se había instalado un cercado en el que
convivían gallinas, gallos y conejos, la niña sentía admiración y mucha
curiosidad por ver personalmente a aquellas ardillitas y perros peludos que
hacían felices a las niñas que tenían abuelitas desdentadas como ella y que les
arropaban por las noches cuando sus papás se marchaban al cine…
Así que una tarde de primavera en la que lucía un sol
radiante y mientras oía los ronquidos de sus abuelos en el sofá del salón, salió
decidida hacia el bosque cercano a conocer por fin a esos amiguitos que
habitaban por allí.
Iba contenta, cantando y entreteniéndose cogiendo las
florecillas silvestres que llenaban de coloridos los campos antes de adentrarse
en el bosque poblado de pinos altos altos como gigantes.
"Tralalalalá, al bosque voy a jugar
Tralalalalá, la ardillita voy a encontrar"
Y así, despacito siguió adentrándose por un sendero en el
que la altura de los pinos apenas dejaba que penetraran los rayos del sol
La abuela María bostezó sonoramente, mientras buscaba a la pequeña Rosita que había dejado jugando
en la alfombra del salón.
-
Ramón, Ramón! También te has quedado dormido?
Has salido al jardín con la niña? No me oyes Ramón? (Este marido mío cada día
más sordo!)
Salió al jardín sin dejar de llamar al abuelo y a su
nietecita. Ramón, Ramón, Rositaaaaa! Pero por más que insistía ninguno de los
dos contestaba.
Por fin apareció el abuelo por la puerta de la casona,
ajustándose los tirantes de los pantalones.
-
Qué pasa mujer? Porqué gritas? Acaso crees que estoy
sordo? Estaba en el baño. Trae a Rosita que ya es hora de merendar. Veeenga!
-
Pero bueno! claro que es hora de la merienda,
pero ¿no está la niña contigo? Llevo un buen rato buscándola y pensaba que
estaba contigo. ¿dónde se habrá metido?
-
Rosita!!! Rosita!!! No dejaba de gritar la
abuela María, mientras seguía buscando por todo el jardín. Hasta en el ponedero
de las gallinas se metió para comprobar que la pequeña no se hubiera escondido
allí, como otras veces hiciera para ver si había algún huevo calentito.
A la búsqueda ya desesperada se le unió el abuelo y los dos
seguían llamando a Rosita, mientras se dirigían también al bosque cercano.
Rosita se encontraba cansada de tanto mirar y mirar en
busca de esas ardillitas y perros y también un poco asustada y con ganas de
merendar aquel delicioso bizcocho que por la mañana había ayudado a amasar con
sus manecitas menudas a la abuela María. Así que se
sentó al lado de un ramito de margaritas silvestres
esperando que aparecieran los deseados animalillos y preguntándose si recordaba
el camino para volver a casa antes de que anocheciera.
Los abuelos cada vez más angustiados y casi sin voz de tanto
gritar, aligeraban el paso por el bosque llenos de preocupación, mientras
Ramón, no dejaba de gruñir porque sus piernas reumáticas no le dejaban ir a la
par de su mujer.
-
Esta niña, esta niña… cuando la coja se va a
enterar. Si es que la tienes muy mimada María!!! Hasta le dejas hacer el
bizcocho contigo!
Así refunfuñando los dos seguían cada vez con el paso más
ligero, cuando de repente, pasado un recodo del sendero, ven a Rosita tan
tranquila oliendo unas florecillas que tenía en sus manos.
-
Rosita, hija mía! Menudo susto nos has dado
chiquilla! No te tenemos dicho que no salgas sola y sin nuestro permiso del
jardín!
-
Sí, abuelita pero yo tenía ganas de ver esas
ardillitas y perros de los dibujos de los cuentos que el yayo y el papá me enseñan por las
noches. ¿Cuándo los voy a ver?
-
Anda, anda niña, que creo que el abuelo tiene
pensado un castigo bien grande para ti para que no te vuelvas a escapar nunca
más.
La niña ahora sí que estaba asustada de verdad por la
regañina de sus abuelos y rompió a llorar mientras se abrazaba a las piernas de
su abuela María.
-
Yaya, yaya, te prometo que no lo voy a hacer
más, de verdad, de verdad y no se lo digas a mis papás que seguro que ya no me
compran más cuentos de animalitos del bosque.
Rosita ya sentada frente a una gran taza de cacao caliente y
un enorme trozo de bizcocho, había aprendido que no se podía salir del jardín
sin permiso de sus abuelitos porque ellos habían estado muy tristes y
preocupados. Total tampoco había tenido suerte y no había podido jugar con
ningún animalillo de los cuentos. Se conformaría con verlos en los dibujos tan bonitos que cada noche la
acompañaban antes de soñar con ellos mientras dormía.
Y... colorín colorado este cuento se ha acabado